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El Meollo

Ciervo sin amos.

Los jarros en alto. Un buen trago -más que un sorbo- de esta bebida que, a diferencia de la de ellos, si requirió el trabajo de nuestras manos. Este buen verano nos sabe a un invierno helado en el que sin embargo tuvimos calor.
Los jarros bien altos -como la última siembra- y la espuma rebotando contra la espuma.
El sonido de un tambor que solo se detiene cuando dejamos de correr. Un repique que se siente más fuerte cuando nos duele el pecho y tenemos que apretarlo con una mano. La mano tiembla sin miedo: un sabor difícil de describir, como cuando lloramos al percibir belleza en algo.
Nuestro brevaje si quita la sed, y puede tomarse a solas -no sin pensar en otros. El humo que se resiste a retirarse por la chimenea en el centro del edificio. Alrededor las mesas, momentaneamente privadas de vasos y cacharros. Puede olerse el recuerdo de la madera cortada por una buena razón y saborearse el agridulce de la bebida y la carne cocida con ciruelas.
Y oirse el redoble, que sólo se detiene cuando dejamos de correr, pues este no llama a marchar: es nuestra marcha la que hace sonar al tambor.

nestum

1 comentario

katzuo icari -

marcho contigo, mi amigo.

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